Los libros que nos cuentan: De aviones literarios
Por una vez, y aseguro que, como dice la manida frase, sin que sirva de precedente, ejerzo como okupa de esta sección que habitualmente escribe mi amiga M.J. Me presento: soy el amigo, al menos uno de ellos, que algunas veces le recomienda libros, especialmente de relatos (véase, al respecto, esta misma sección del número anterior). Pero como la última ocasión en que lo pretendí, parece que no logré explicarle de una forma clara mi opinión sobre las tres últimas lecturas que había realizado -espero que sólo porque yo atravesaba una fase aguda de espesura intelectual debido a un catarro contumaz- tuvo la osadía de lanzarme el reto de que, una vez superada la indisposición, asaltara esta sección para intentarlo con más éxito o, supongo, para sucumbir ante su posible escarnio. Así es como he llegado hasta aquí. Y estos son los tres libros, por supuesto de relatos, a los que me refería: Los perros de Tesalónica de Kjell Askildsen, publicado en Lengua de Trapo, La última noche de James Salter, publicado en Salamandra y La mujer del bombero de Richard Bausch, publicado en Tropismos.
Como todos tenemos amigos a los que escuchamos, recuerdo lo que una vez dijo una amiga escritora en la presentación de su libro: para ella escribir se parecía a viajar en avión, con dos momentos de alto riesgo, el despegue y el aterrizaje. Despegar está muy bien, decía ella, pero sólo la mitad de bien porque queda lo más importante: el aterrizaje. Bueno, pues yo diría que estos tres escritores tienen en común que son de los que llenan su avión con familiares, amigos, también algunos desconocidos, y crean un ambiente de intimidad cotidiana en el que uno, como lector, se mueve entre la complicidad fingida de los afectos, el afilado dolor del desencuentro y la nostalgia acechante de aquello que se ha perdido o, lo que es peor, de lo que nunca será. Aunque luego cada piloto establece su propio rumbo. Así, Askildsen, ni despega ni aterriza, sino que se dedica a mantener obstinadamente el avión en el aire. Y esto, que quizá para alguien sea una muestra extrema de pericia, termina provocando cierto aburrimiento ya que atravesar nubes, aunque casi siempre haya amenaza de tormenta, no es algo demasiado alejado de la pura habilidad mecánica. Otra cosa es James Salter, quien maneja perfectamente el avión desde el despegue suave hasta el preciso aterrizaje y que, con su maestría para moverse por esos cielos, es capaz de, sin perder altura, hacer visibles todos esos otros territorios que apenas se distinguen desde la lejanía. Y para finalizar, Richard Bausch, que aún sabiendo desde donde despega su avión y teniendo claro el destino, se demora a veces demasiado en el aire, como si pensara que la intensidad del vuelo fuera proporcional a la complejidad del trayecto. En cualquier caso, su avión realiza un recorrido imprescindible. El del cuento que da título al libro y el siguiente, Consuelo, que es su continuación y que completan, en conjunto, un viaje formidable.
Espero haberme explicado medianamente porque ya no tengo catarro y todavía me queda algo de autoestima..............