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Marqués de Cubaslibres | La cocina y el showbiz

Si le pegamos un repaso a la historia, venimos a concluir que la figura del cocinero no siempre ha estado demasiado bien vista. Sea por prevención hacia quien tiene posibilidades ciertas de envenenarnos (y no pocas veces lo intenta), sea porque el trabajo en los fogones se ha considerado las más de las veces como propio de la servidumbre, lo cierto es que los encargados o, mejor dicho, las encargadas de las cocinas han sido casi siempre siervas o criadas sin especial cualificacion.

Excepciones las ha habido, claro está. No hay más que recordar a los reputados maestros de las cortes europeas, que tenían el privilegio de editar sus libros y recetas cuando la mayoría de los hombres de ciencia no podían hacer tal cosa y hasta, sarcasmos de la vida, pasaban serias dificultades para llevarse un mendrugo a la boca. Más curioso es el ejemplo de la Grecia clásica, donde la cocina, al igual que la moda o los deportes, era actividad reservada a los ciudadanos y vedadas a los esclavos (fungían como pinches, eso si). Los cocineros tenían derecho a patentar sus platos, conservaban el monopolio sobre ellos durante un año, y con ello acumulaban un patrimonio que les bastaba para vivir de renta el resto de sus días.


Como vivimos en tiempos convulsos y sometidos al rápido cambio hoy nos rodean las paradojas, y un país que más sabe de hambres que de comidas, presume de tener a los principales ayatolas del Olimpo gastronómico. Estrelladas estrellas mediáticas, que grácilmente pasean sus reales e imparten doctrina en bolos que se multiplican por todos los rincones del mundo. Que estos fenómenos convivan con un nivel infecto en la mayoría de los figones, bares y restaurantes de nuestras ciudades importa más bien poco.


El salto a la fama de los del fogón –mas valdría decir ahora de los del horno de conveccion o del sifón y el hidrógeno- no es por otra parte ni nuevo ni exclusivo de nuestro solar patrio. Es fácil imaginar la pléyade de semidioses que cada día aparece en las televisiones de los países del mundo donde se come tres veces al día y el poder y admiración que les acompaña. La exageración se alcanza, cómo no, en los Estados Unidos, paraíso de las grandes cadenas de comunicación y donde los programas de cocina están viviendo un momento dulce. A los formatos tradicionales –de los que el imperio montado por Martha Stewart es el ejemplo más extremo- se unen propuestas imaginativas: programas de variedades en los que el presentador es un cocinero que va preparando el menú mientras entrevista a algún famoso o da entrada a músicos y saltimbanquis; competiciones entre tres o cuatro brigadas para elaborar un menú con los mismos ingredientes, en tiempo real y ante las cámaras; viajes a parajes de cualquier lugar del mundo para luego reproducir sus mas típicos platos; preparación de recetas antiguas con los utensilios y medios disponibles en el tiempo en el que fueron creadas…La ultima sensación es Giada de Laurentis, una especie de cruce de ángel de Charly con madona clásica, que está aficionando a la cocina a los jóvenes norteamericanos, que con su programa ha conseguido que se vacíen las clases de bastantes escuelas superiores y que se disparen en bolsa las acciones de la cadena de televisión donde emite. La corriente de los programas, a la búsqueda del dinero de los anunciantes, se dirige hacia la salud, la dietética, las tradiciones culinarias más antiguas…


Aquí estamos todavía en el sota, caballo y rey de la abuelita, el pinche meritorio y el recién llegado (de Estados Unidos) que todavía no ha aprendido que lo primero que hay que enseñar en cocina tiene más que ver con la higiene que con el tuteo. Así nos va.


Pedro Sorela
Gustavo Bueno
Fernando Savater
José Luis González Quirós
José Luis Pardo
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