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El teatro, el crítico y el espectador: Se buscan "Hitleres"

… no se necesita experiencia"" es el cartel que aparece en una de las escenas de Los productores, uno de los números más divertidos de la temporada teatral en la Gran Vía madrileña. En esta escena se realiza una audición para encontrar al actor que representará a Hitler en la comedia musical Primavera para Hitler de próximo estreno en ¡Broadway! No, no se trata de una obra filonazi. Tampoco se trata de una obra alternativa en el sentido en el que habitualmente se usa ese término: de pocos medios, pero de verdadera cultura, de delicatessen teatrales aptas para unos pocos, los entendidos, los que saben donde está de verdad el teatro, de rebeldía contra el orden establecido (al que actores, productores, autores, directores y espectadores alternativos pertenecen, sin lugar a dudas) y, todo hay que decirlo, donde el espectador habitual de este nuevo “género” teatral se aburre a morir. Se ha impuesto la idea de que se es más alternativo cuanto más se aburre ese espectador habitual, una especie de termómetro cultural muy en boga.


Pues bien, Los productores es un gran espectáculo de esos que nadie se atrevería a llamar alternativo y, sin embargo, tal y como está la cartelera teatral, lo es y con mayúsculas. Alternativo, porque no es memo ni para memos. No es complaciente, como pude comprobar el día que fui a verlo. El espectador está perdido, al no estar plagado de esa falsa amabilidad o de esos chistes rutinarios sobre hombres y mujeres, de esas buenas intenciones malísimas, malísimas porque nos embotan y no nos deja reaccionar ante el cambio mientras el mundo en su superficie siga siendo de caramelo y rosas. Los que tenía a mi alrededor solo sabían que estaban ante el gran musical de la temporada, e iban con la idea del musical que se ha generalizado en España: mucho brillo, mucho estruendo, alguna que otra risa, maquinaria, técnica, lo espectacular frente al espectáculo y el saber que ha triunfado en Nueva York o en Londres, donde aguanta varias temporadas en cartelera. Quién actúa da igual. Así, una señora sentada detrás de mi y que iba con toda su familia, niños incluidos, dijo: “Si llego a saber que el actor principal es Santiago Segura, no vengo”. Sobra decir que esta espectadora no mostraba ningún interés por quién lo había escrito o dirigido. Se puede decir, con ligereza, que para ella ir al teatro, es salir. Dónde ir es lo de menos. A la misma altura está el bar que el parque, el zoo que la piscina, la librería que el supermercado, el cine que un curso de macramé.


Todas son opciones con las que rellenar ese ocio. Ese tiempo “libre” que la sociedad le ha dado, que no sabe en qué ni dónde ocuparlo y que le obliga a hacer algo, keep going, no te pares.


En este caso, el no te pares la lleva a ver un espectáculo en el que un desalmado productor, Max Bialystock, y un ingenuo contable, un hombre corriente que sueña con triunfar como productor de Broadway, Leo Bloom, se asocian para hacer el peor espectáculo jamás estrenado. Y es que, en la inspección contable que Leo le hace a Max, el primero, por esos misterios de las finanzas que tan bien conocen las grandes empresas gracias a los grises Leos Bloom que trabajan en ellas, descubre que un batacazo monumental es más rentable que un taquillazo. Ya vamos mal. El pecado puede ser premiado, y eso sí que no, es inmoral. Y encima, la forma de financiar este batacazo es sacándole el dinero a unas pobres ancianitas, viudas judías y ricas que seguramente viven en el Alto Manhattan, a las que no les importa de qué va la obra, tan solo la financian para conseguir los favores sexuales del feo productor Max, con el que intentan jugar al pastor y su ovejita, desnuda, por supuesto. Vamos a peor, dirá esa espectadora no te pares y cercana a la edad de las viudas judias y ricas, que, bajo su concepto de lo que debe ser un musical, se acercó al espectáculo con dos niños de unos diez años.


Y continúa la función. Con ese dinero judío se va a financiar un musical sobre Hitler: Primavera para Hitler, obra nefasta y más difícil de encontrar que una buena, cuyo equipo artístico y técnico, desde la dirección hasta la luminotecnia, estará formado por otro de los grupos perseguidos durante el nazismo: los homosexuales. Porque, para que un espectáculo musical triunfe, hay que hacerlo gay. Por supuesto, la obra está escrita por un descerebrado nazi, que se espantará cuando vea el resultado, un Hitler homosexualizado cantando y rodeado de unas vedettes cuyas plumas han sido reinterpretadas en clave germana (la que lleva como tocado una salchicha Bratswürt erecta es de antología). Por supuesto, el enfado de mi vecina va en aumento. Seguramente veía una parodia de lo que hacía con seriedad y elegancia hasta hace bien poco Norma Duval o, hasta hace un poco más, Queta Claver, Marujita Díaz, y, mucho más allá, Celia Gámez o Josephine Baker en París, homenajeada recientemente por el sorprendente Jerôme Savary, o Libertad Leblanc en Buenos Aires.


Altas finanzas, sexo, falta de escrúpulos, glamour, política, música y teatro y frente a todo esto el ingenuo contable de Leo Bloom soñando con una vida más allá de su mesa de oficina, en un sistema que le recuerda, como diría Richard Sennett, su inutilidad. Un mundo del trabajo con un relato sin sentido. Lleno de miedos, miedos que solo puede soportar agarrándose a una mantita que tuvo de pequeño. De eso va toda esta historia, de nosotros, de nuestros relatos sin sentido, de adultos razonables, de espectadores no te pares, enfrentados a sus sueños y a sus miedos. Y ese Leo Bloom, esa Blancanieves metida en todo ese estrafalario mundo del teatro, que es el nuestro no les quepa duda, que sigue, a pesar de conocer bien lo que es el mundo, pensando, ya sin convicciones religiosas al uso, que al matrimonio se debe llegar virgen, aunque los placeres que esperen sean los de Ula, la que se presenta como la mujer que todo hombre querría tener en sus brazos (rubia, despampanante, dispuesta a hacer el amor todos los días a eso de las once de la mañana, después de la gimnasia, el desayuno y las clases de canto.) por lo que inmediatamente es contratada por Max y Leo como secretaria de la productora, a la que le ponen horario a partir de las once.


De eso va la obra, de lo que estamos dispuestos a hacer por conseguir nuestros sueños, luminosos como las marquesinas de los teatros de Broadway, aunque nuestros sueños sean producir DOGS siguiendo el triunfo de Cats, producir Siete novias para MI HERMANO siguiendo el éxito de Siete novias para siete hermanos o Cantando SOBRE la lluvia parafraseando Cantando bajo la lluvia. Y eso lo hemos conseguido gracias a individuos amorales como el productor Max, que es el cómplice sexual de las ancianas; que convence a contables para ser productores de Hollywood; que convierte a un nazi, a través del dinero que le hace ganar, en un reputado y exitoso escritor y libretista de musicales que abandona la búsqueda de Hitleres; que es el responsable de la respetabilidad y normalidad de lo gay; que nos hace reír frente al terror; el que, ya en la cárcel por sus fechorías, redime a los presos preparando Primavera en la cárcel emulando su éxito Primavera para Hitler. No se puede dejar de recomendar esta obra, como pide todo el elenco cantando al unísono en el número final. Hay que ir y practicar la chabacana ironía con la que Mel Brooks describe nuestro mundo y a nosotros mismos.


No importa que uno sea alternativo, no te pares o se encuentre en cualquiera de los grados que hay entre estas dos

categorías, reírse de uno mismo, es reconocerse, aceptarse, ser más feliz, entonces sí que seremos capaces de cambiar en el mundo porque habremos aceptado cómo es y cómo somos, y no harán falta Hitleres con o sin experiencia para que nos muevan.

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José Luis Pardo
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