Con acritud: Será que soy un frívolo
Sí, estremece pensarlo. Ha sido alcanzar un joven y soñador progresista el poder en España –un poder relativo– y renacer esa España negra como el odio que creíamos yacida bajo una inmensa y ególatra cruz germana, allá en la montaña. Ha sido cruzar España un airón de libertades y hedonismo y rebrotar en la alegre primavera socialdemócrata todas esas flores carnívoras y ensotanadas que creíamos sólo pinceladas de Goya o polvoriento inventario historiográfico. Y así como la mujer crédula descubre cuando ya es quizá demasiado tarde que el hombre a quien conoció como solícito amante y tímido compañero es, en realidad, una bestia a la espera de la más mínima incitación para arrojarse sobre su presa, así la inocente y femenina España democrática se ha encontrado, de repente, sacudida de la resaca del 78, frente a esa España siniestra y aguafiestas que, cadáver redivivo, no se resigna a dejarla en paz.
José Luis Rodríguez Zapatero es el principal responsable del despertar de la España pestífera. Y sin atenuantes de ningún tipo. Es indudable que sin la pujante actuación llevada a cabo por el joven socialdemócrata los dos últimos años la España pestífera no llenaría hoy las calles de proclamas en apoyo a los obispos; no entonaría la pesada salmodia de la patria nuestra de cada día: no mentaría en vano a los muertos; no reinventaría su pasado de sangre y rosario; no tronaría en las emisoras arengas sin sentido.
¿Pero qué ha hecho, se preguntarán ustedes, perplejos, José Luis Rodríguez Zapatero para que cadáver tan felizmente olvidado reviva con tales bríos? ¿Será la retirada de las tropas españolas de Irak? ¿Será la regularización de un millón de inmigrantes que vivían como esclavos y como esclavos trabajaban bajo el Aznarato? ¿Habrá sido la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y la consiguiente enfatización de la aconfesionalidad del Estado? ¿Quizá el proceso de reforma estatutario iniciado en Cataluña y en Andalucía y de cuyas discordancias respecto a la Constitución se pronunciará, en su momento, el Tribunal Constitucional? ¿Será la apertura de un periodo de tanteo de la paz en el País Vasco ante el anuncio de cese de las armas por parte de la ETA y el sentir general en la sociedad española de que esta vez sí es la definitiva? ¿No será el azul desconcertante de su mirada?
Todo eso ha hecho y es José Luis Rodríguez Zapatero, sí, pero hay algo más hondo y nada anecdótico que da al leonés un aura insoportable para tantos y tantos tardodemócratas que llevan demasiado tiempo retroalimentándose de su propio rencor: es el aire de los tiempos, la música del presente lo que hace y deshace cada palabra de José Luis Rodríguez Zapatero, cada iniciativa de José Luis Rodríguez Zapatero, cada política de José Luis Rodríguez Zapatero. Tiempos de relativismo y de mestizaje, de hedonismo y macrobotellón, de ir de pira y de manifa, de top manta y de sexo sin amor, de verdades molestas y de engaños agradables. Son tiempos en los que el invierno parece primavera en las calles ilustradas de ombligos al aire y en los que la juventud marca modas, estilos y cambios de gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero es una metáfora logradísima de su tiempo y su estilo de hacer política ha cuajado el estilo de hacer, sentir, decir y vivir de todos los Joseluises que votándole a él se votan a sí mismos y que hoy son mayoría. Como todo tiempo, evidentemente, el nuestro tiene luces y sombras y en esa penumbra se mueve como pez en el agua José Luis Rodríguez Zapatero: su audacia en la ampliación de derechos civiles es reflejo de la audacia con la que desde hace décadas la gente vive y se desvive; su ambigüedad al afrontar el conflicto vasco es reflejo de la ambigüedad del español medio, asqueado de tanto crimen disfrazado de ideología y cansado de tanta muerte insoportable y vecinal.
Es, por tanto, el aire de los tiempos, de estos tiempos, lo que ha desenterrado tanto venerable y cariacontecido esqueleto, y es el aire de los tiempos esa nada contra la que según una brillante periodista golpea su martillo –de herejes hace siglos, hoy de antipatriotas y comecuras– la España pestífera una y otra vez, sin descanso, infatigablemente y en vano. Hay quienes remangan la nariz como si olieran a mierda fresca y despotrican contra este aire que todo lo envuelve y lamentan haber nacido aquí y ahora y se envisten de dignidad ofendida y dialogan con el tío del espejo, mal afeitado y cetrino, a falta de un interlocutor de altura... A mí la verdad es que me gusta la brisa que corre, como la de la tarde en que apresurado escribo esta torpe prosa. Y me gusta José Luis Rodríguez Zapatero. Incluso le voto. Será que soy un frívolo.