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Cartas a mi becaria asturiana: Leer a Payne

He tenido el honor de compartir mesa y charla con Stanley G. Payne. He tenido también el gran placer de leer algunas de sus obras. La historia que escribe Payne está llena de inteligencia y sentido común. Sabe que su disciplina debe abordarse científicamente, ateniéndose a los hechos, buscando siempre la verdad. Además, cuenta con una extraordinaria capacidad de síntesis, fruto de conocimientos muy profundos y de una reflexión en la que están ausentes los prejuicios.


El último título de Payne que ha aparecido en las librerías españolas es 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil. No es el resultado de nuevas investigaciones por parte de su autor, sino que es un análisis, basado en la más que abundante y reciente bibliografía, de los principales problemas que surgen a la hora de narrar e interpretar nuestro terrible conflicto. De ahí que el aparato crítico sea escaso y prime la parte ensayística o reflexiva.


La lectura de cada una de estas 549 páginas resulta interesante, incluso para quienes estén más familiarizados con los principales libros sobre la guerra. Para quienes aún se resisten a entender sus orígenes, Payne explica con claridad cómo buena parte de los políticos de la República –y sin duda, la gran mayoría de quienes formaban parte del Frente Popular- no estaban dispuestos a reconocer a sus adversarios como legítimamente aspirantes a ocupar el poder.


Creo que ha quedado demostrado (por ejemplo, en obras como El camino a la democracia en España. 1931 y 1977, de M. Álvarez Tardío) que algunos de los más graves problemas de la República nacieron en su origen, revolucionario y no liberal. Los políticos de la transición, por el contrario, sí quisieron crear un nuevo régimen político que partiera de la aceptación del adversario. De ahí el éxito de la Constitución de 1977, la primera en nuestra historia que fue redactada y aprobada por la gran mayoría y no como una obra de partido.


La democracia de 1977 no es el resultado del olvido, y mucho menos del olvido intencionado. Es el resultado del conocimiento de la historia y de la voluntad generalizada de no querer repetir sus errores. Hoy en día, sin embargo, toma fuerza la idea contraria. Idea falsa y muy peligrosa. De ahí que convenga leer obras como las de Payne. Algunas líneas de ejemplo pueden resultar muy ilustrativas:


“La ‘memoria histórica’ o ‘colectiva’ es en sí misma un concepto ficticio, un espejismo, porque, hablando con propiedad, tal cosa no existe. La memoria no es ni colectiva ni histórica, sino intrínsecamente personal , individual y, por tanto, subjetiva. En sentido estricto, la Historia es un campo para el estudio erudito cuyo objetivo es ser lo más objetiva posible, lo que suele derivar en inevitables conflictos entre ésta y la memoria. La historia oral investiga los recuerdos individuales para sus propios fines, pero con una metodología que, si se aplica con corrección, tiene en cuenta y controla la subjetividad y las falacias que existen en ellos. (…) La mayor parte de la ‘memoria histórica’ de la España del siglo XXI ni es memoria ni historia, sino un discurso político elaborado por la izquierda en torno a ciertos incidentes que se interpretan según un esquema partidista”.

Pedro Sorela
Gustavo Bueno
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