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Y El País cayó de mi gracia

Soy tijuanense de nacimiento, hace algunos años viví en Madrid, donde fui a estudiar un máster, y me sorprendió la imagen que tienen de mi país y de mi ciudad en ese lado del mundo.

Recuerdo la primera caminata por la calle Eraso, tenía una semana en Madrid y una profesora del máster me preguntó curiosa por Tijuana. Traté de aclararle sus dudas:

· En Tijuana no es común que los hombres usen sombrero y traigan pistola. · Para ir de Tijuana a los Estados Unidos sólo basta dar un paso, no necesito barco, avión ni nada de eso. · No, Tijuana no es como la pintan en Traffic (la entrada a Estados Unidos es la misma, eso sí). · No, no todos somos narcotraficantes (tal vez conoces al hermano del amigo del cuñado de alguien relacionado, pero nada más). · No, no a todos los tijuanenses nos gusta el tequila, el sexo y la mariguana como ha hecho creer Manu Chao (bueno dudo un poco en lo del sexo, pero debe de haber alguien a quien no le guste).


Después de esa breve charla no volví a cruzar palabra con ella, creo que le desilusionó saber que en Tijuana también vivimos personas muy normales, que trabajamos, estudiamos y nos gusta de vez en cuando ir al teatro, al cine y hasta a una galería de arte (no, no se sorprendan, también hay galerías y un par de museos además de bares y cantinas).


El año que estuve por allá en España tuve que tumbar varios mitos, no sólo sobre mi ciudad o país, sino sobre Latinoamérica en general (lo siento, pero en América Latina las mujeres no solemos andar por la calle bailando con una piña en la cabeza a ritmo de samba). Hace unos días, después de varios años de ausencia en la vida madrileña, me encuentro con que El País, uno de los diarios más importantes de España y uno de los más respetados en México, le dedicaba la portada a Tijuana. “Calderón da un golpe de mano en Tijuana”, decía el titular de El País. Un poco a escondidas, porque estaba en el trabajo, traté de medio leer el reportaje que ese periódico le había dedicado a mi ciudad. Empecé a leer. El orgullo por la pequeña Tijuana, esa esquinita del mapa, olvidada y opacada por la cercanía de poderosas ciudades californianas como San Diego o Los Ángeles, se apagó a los dos segundos: mi ciudad era etiquetada como “la capital del crimen y violencia en el país” y “un gran almacén de drogas”.


Si bien lo de la movilización de militares y de la Policía Federal Preventiva es real, no es verdad que vivamos en un total toque de queda como parece por las fotos que acompañan el texto. Tampoco es cierto que la gente viva asustada o que los ciudadanos estemos resignados a la espera de que las autoridades nos salven de un narcotráfico que llega vestido de Darth Vader. La verdad está muy lejos de lo que pinta El País y la gran opinión de Joaquín López Dóriga que llama a mi ciudad “la meca de la delincuencia organizada”; eso sí, tampoco es que Krusty (el payaso favorito de Bart Simpson) tenga la razón al decir que “Tijuana es el lugar más feliz sobre la tierra”.


Los tijuanenses sabemos de antemano que un puñado de retenes militares no acabará con el tráfico de drogas, pero si detendrá un poco los movimientos de los carteles y los sicarios no podrán andar tirando balas a lo tonto. Entendemos que el “Operativo Tijuana” deberá durar mucho tiempo para que dé resultados, por lo que más vale armarse de paciencia por aquello de los congestionamientos viales que esto origina. La marcha, como dicen en España, o el party, como decimos nosotros, va en franco declive, después de todo, quién va a querer que un soldado lo detenga por tener aliento alcohólico.


Algunas costumbres tendrán que cambiar, como el comer tacos, que ya no es tan divertido. Justo ayer mi esposo y yo estábamos en un puesto callejero degustando unos ricos tacos de carne asada (con tortillas de maíz, aun nos podemos dar ese lujo), cuando llegaron unos policías de la Estatal Preventiva: el taco ya no me supo igual, los tíos portaban armas largas y las tenían a la mano, de hecho una chocaba con mi brazo.


El tijuanense de a pie ya aprendió (lamentablemente) a vivir con los narcotraficantes, de hecho sabe que vive de ellos, que gran parte de los ciudadanos tiene trabajo gracias al narcotráfico (muchas discos, muchos bares, restaurantes y negocios de giros diversos que emplean a miles son de personas involucradas en el narco) por lo que las diatribas de los grandes intelectuales causan ternura en una lectora como yo, nativa de “la ciudad del pecado”, como José Manuel Valenzuela, investigador del Colegio de la Frontera que dice en el reportaje de El País: "Nunca había vivido una situación en la que predomina la presencia del Ejército dentro de la ciudad. Es muy agresivo para la población”. Ejem, sorry José Manuel, pero la gente, después de años de indiferencia de las autoridades ya tiene el corazoncito y el alma duros, duros, y eso, no nos parece tan agresivo como lo pintan. Luego critica al gobierno estatal de haber “avisado” sobre la militarización, porque entonces “los delincuentes huyeron hace días”. Y me río del “Meño” (así se le conoce al investigador por estos lares): no se necesita ser investigador ni tener un doctorado en sociología para saber que las cabezas de las organizaciones delictivas no están en la ciudad. Aquí el tomate está a nivel medio y bajo. Los grandes nombres del narcotráfico tienen casas más grandes y bonitas en California, donde todas las calles están pavimentadas y donde las tiendas de Cavalli y Versace quedan a la vuelta de la esquina.


En lo que sí coincido con Valenzuela es en que "el poder y todos los elementos asociados a la presencia del narcotraficante le dan un prestigio social que no tenía hace algunas décadas. El narco salió del armario, y ya no es mal visto, ni tiene necesariamente un rechazo social”. No sólo el narco no está mal visto, algunos jóvenes, sobre todo mujeres, se jactan de sus conquistas amorosas. “Bien suave, porque tiene una camionetota del año y me la presta para ir al otro lado” o porque le compra ropa en Fashion Valley o La Jolla, en Estados Unidos. “Hasta me puso guarro, manita” al referirse a que ahora andan día y noche con guardaespaldas. O los jovencitos que se relacionan con los hijos de narcos para poder entrar más rápido a las discos de moda o al antro más “nice” de la ciudad.


Termino de leer y me río también del tono dramático del reportaje, que se pregunta ¿Cómo es Tijuana, la ciudad de millón y medio de habitantes que sirve de entrada a los Estados Unidos?


Tijuana es una ciudad de 2 millones de habitantes que, entre muchas otras cosas, sirve de entrada y también, subrayo, de salida de los Estados Unidos. Esto último siento la necesidad de aclararlo: no entiendo por qué el mundo entero se empeña en hacer de los Estados Unidos un centro, un dentro de algo. Lo demás está fuera. Es algo que nunca he entendido, ¿a Estados Unidos se entra y a Tijuana se sale?, ¿Tijuana está fuera? Realmente no entiendo.


Pedro Sorela
Gustavo Bueno
Fernando Savater
José Luis González Quirós
José Luis Pardo
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