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Lejos de Jerusalén

Lejos de Jerusalén, perdida en la lluvia y el frío de Bruselas, triste no se por qué. Intento trabajar un poco más después de una jornada ejerciendo de funcionaria ocasional para la Comunidad Europea.

Una israelí evaluando proyectos europeos, como delegada israelí. Aunque nacida en Europa y poseedora de un pasaporte europeo.


Adicta a las noticias, como toda israelí, me conecto a la web de la televisión israelí. Las noticias hablan de las próximas elecciones, del estado de salud de Sharon y de muchas cosas más. También anuncian que un edificio se ha derrumbado en Nairobi y que tropas de la retaguardia de Tzahal, el ejército para la defensa de Israel, han salido de inmediato para rescatar a los posibles supervivientes.


Al día siguiente escucho una entrevista por la radio. El comandante de la misión israelí contesta a las preguntas de su entrevistador. Hemos enviado 240 personas para efectuar el rescate, maquinaria y un hospital de campaña. El entrevistador le pregunta cómo han sido recibidos por el pueblo, y el comandante comenta que con agradecimiento y afecto. El entrevistador le pregunta si hay cooperación internacional, y el comandante contesta afirmativamente: el ejército británico ha enviado cuatro personas (4), que han traído sus propios útiles, y algunos soldados americanos desplazados a la zona colaboran en el desescombro utilizando los medios de los israelíes. Los soldados israelíes están desolados porque el rescate no está teniendo mucho éxito. El comandante responde a la pregunta del entrevistador sobre el tamaño de la misión: no es una misión muy grande para un rescate en el extranjero.

Leo la prensa. Casi no hay referencias a la participación israelí. En algún lugar está escrito que llegaron expertos británicos con perros; marines y cincuenta israelíes.


Más tarde, en el gimnasio del hotel, pedaleamos como adictos frente a las pantallas gigantes de cristal líquido. Todos con nuestros auriculares. En las noticias aparece el rescate de Nairobi. Se habla de la magnitud de la tragedia y de que el intento de rescate se ha realizado gracias a fuerzas internacionales desplazadas especialmente a la zona.


Veo en los cascos de los soldados israelíes la letra tzadik. Y me siento orgullosa de ellos. Tzadik no es solo una letra del alfabeto hebreo. Significa también justo, santo, buena persona.

El ejército más denostado por la prensa europea lleva en su frente una letra que quiere decir justo. Esas 240 personas, hombres y mujeres, se han desplazado desde sus hogares para salvar a unos desconocidos keniatas.


Mis compañeros de pedaleo, de orígenes diversos y comunitarios, miran indiferentes a la tragedia humana de Nairobi y a los soldados que intentan rescatar esos cuerpos que no son blancos como los nuestros. Yo veo las letras tzadik en sus cabezas, una detrás de otra. Una procesión de justos llevando cuerpos heridos o sin vida.


Si mañana uno de esos tzadik muere en un atentado terrorista al volver a casa, cierta prensa dirá que los insurgentes, en su justa causa, mataron a un injusto ocupante.


Me pregunto porque nos esforzamos en enviar misiones humanitarias a Turquía, a Indonesia (donde fueron rechazadas en primera instancia, tras el tsunami) o a Kenya. Publicidad no es, eso es cierto. Es solo una obligación. Hay un dicho judío que dice que quien salva una vida humana es como si hubiera salvado al mundo entero. Quizá por eso no nos quedamos en casa cuando pasan esas tragedias, e incluso acudimos a Nueva York tras el 11-S.


¿Y el 11-M? No, no estábamos. Pero cuando los partes del gobierno hablaban de información de terceros países o traducciones de textos árabes, yo oía las tzadik, esta vez en la sombra. Ayudando desde la oscuridad, y me sentía rebelde.


Sigo pedaleando, con más rabia aún. Rabia al recordar que en ninguna explosión en Jerusalén hubo nunca una tzadik escrita en caracteres latinos o árabes sobre el casco de un soldado extranjero. Rabia por saber que al mundo le importa más el morbo de cómo saldrá Sharon de esta que lo que hace su pueblo por otros pueblos.


Sigo sintiéndome triste y sola en Bruselas, pero ahora empiezo a comprender por qué.


Pedro Sorela
Gustavo Bueno
Fernando Savater
José Luis González Quirós
José Luis Pardo
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